Hacer un voluntariado nos da la posibilidad de desconectar de las pequeñeces diarias para que al volver apreciemos todas las cosas buenas que tenemos. Y eso, a fin de cuentas, ¡es algo muy, muy bueno!
Cuando te rodeas de gente que no tiene mucho, empiezas a preguntarte si realmente todas esas cosas “imprescindibles” son de verdad importantes. Cuando te quedas con lo estrictamente necesario, te das cuenta de que en realidad es muy poco. Esto puede llegar a ser extremadamente liberador cuando vuelves, ya que le das menos importancia a las cosas y más importancia a la vida.
Tener la oportunidad de hacer un voluntariado puede ser un modo natural de averiguar lo que te importa.
De hecho, las presiones modernas de la sociedad a menudo hacen que nos sintamos obligados a seguir un camino profesional concreto sea como sea. Hacer un voluntariado en otro país puede ayudarnos a alejarnos de esas presiones de forma que podamos lidiar con ellas a nuestro regreso.
Aprender a conocer otra forma de vida poniéndote en los pies de otros seres humanos te abre los ojos, oídos y mente, al mundo que te rodea. Comerás como uno más, dormirás como uno más, beberás como uno más…
Y lo más importante es la ayuda que podrás ofrecer con tu tiempo, con tus manos a personas que realmente lo necesitan. Y que sin los voluntarios probablemente no podrían acceder a educación o a servicios médicos.